lunes, 18 de enero de 2016

El hombre que susurraba a los caballos

Casi como caída del cielo, hoy se me ha presentado una película que podría decirse que define muy bien las sensaciones a las que me he tenido que enfrentar en estas últimas semanas. Como no quiero hacerle un spoiler a nadie, basta que os diga que voy a ir señalando algunas de las notas características de la película, pero sin desvelar toda la trama.

En primer lugar, tenemos al caballo. No me he puesto a mirar en internet qué representa la figura del equino, más allá de lo que yo me he aventurado a imaginar. El caballo es el centro de la película, el argumento principal sobre el que giran el resto de historias. Este caballo desbocado representa las situaciones que parecen no tener un sitio por donde cogerlas, y que da la sensación de que lo único que cabe es poner punto y final a su vida, o dejarlo marchar para que viva en libertad. Partimos del problema con el caballo, para darnos cuenta de que detrás de ese problema hay otros que ansían ver la luz. Y eso es lo que va sucediendo.

De las distintas escenas y personajes, me quedo con varias ideas que son perfectas para aplicarme a mi mismo, y a todo aquel que tenga un perfil emocional, dominado por los sentimientos, y donde parezca que usar la razón está vulnerando todos los principios que siempre juramos mantener. Pero puede que nos hayamos equivocado, y que todo sirva para estar mejor en el presente y en el futuro.

1.     Hay que saber luchar por salvar situaciones problemáticas. Acabar con los problemas a base de “liquidarlos” no es la manera cuando sientes en tu interior que se puede hacer algo más, y que la lucha no supone un esfuerzo imposible de realizar.  A veces te irías al fin del mundo con tal de solucionar algo, y no por ti, si no por la persona a la que más afecta este problema. Ese gesto desprendido, altruista y generoso, puede salvar muchas causas  perdidas.

2.     Gestionar los problemas conlleva saber gestionar a las personas. Cuando tenemos una situación que se desestabiliza, que deriva en malestar, no solamente hay que saber elegir la mejor opción para que no persista esa tensión en la cuerda, si no ver el otro lado, ponerse uno mismo en los zapatos de la otra persona, e intuir qué necesita para estar mejor y cómo lo necesita. Es crucial entender, para poder avanzar. De lo contrario, estaremos con miedo a decir algo, no vaya a ser que la persona que está en la disputa no sepa encajar nuestras palabras.

3.     Del mismo modo, hay que saber gestionar las emociones. Un caballo desbocado lo alimentan unas emociones inquietas, y mal dirigidas. Siempre he sido de los que siguen el dictado del corazón, con una fe ciega inmensa. Pero, en ocasiones, toca pararse a pensar, usar eso que tenemos dentro de la cabeza, el cerebro, y detenerse a analizar la situacion, y a ponerle freno a las emociones. Por el bien de ambas partes. Tú, si eres de dejarte llevar, conseguirás dominarte, y mantener un equilibrio sano entre lo que te brota del corazón y lo que te aconseja la cabeza. Evitarás esas decepciones y tristezas que tan profundo te llegan por ser como eres.  Del otro lado, por el contrario, tenemos personas que no nos entienden, y que pueden no saber ver que somos todo sentimiento. Si no sabemos darle a cada persona la cantidad exacta de aprecio, cariño, y demás, nos arriesgamos a que no haya un punto de encuentro, y que nuestro caballo se escape y no vuelva nunca.

4.     El hombre que “susurra” al caballo sabe llevarlo. Es una persona que entiende que estas cosas pasen, y busca las razones por las que han podido ocurrir. Obliga al jinete a que se reconcilie, a que sea consciente de qué ocurrió para que el caballo sea ahora indomable. Sin prisa, pero sin pausa, aplica los métodos que considera que le van a llevar al éxito con el equino. Cuando el caballo se escapa porque está alterado, lo espera horas… Sabiendo que el caballo, cuando se calme, volverá con quien ve que le entiende. Llega a moldearlo y domarlo de tal manera que, en cierto punto, el caballo golpea su espalda con el hocico, como queriendo que él le lleve y le de lo que le ha ido dando durante ese tiempo que llevan “conociéndose”. Genera en el caballo una necesidad sana, que va calmando con un ritmo lento, pero que precisamente logra que el caballo permanezca entre la tranquilidad y la necesidad, sin agobiarse en ningún momento.


De todos estos puntos, yo me quedo con una serie de ideas concretas y que se dan en un cierto orden. Lo primordial es entender qué ha fallado, tratando de mirarse primero a uno mismo, ver si está haciendo y actuando de la manera más positiva posible. Después, bien tras gestionar este primer aspecto, bien tras comprobar que ahí no radica la problemática, tenemos que mirar en el otro extremo. Siempre nos hablan de la empatía, pero creo que es más importante entender, y no pensar en cómo se estará sintiendo. Mejor ver cómo es, y qué métodos funcionan y cuáles no. Una vez hecho ese ejercicio, hay que coger al caballo, que es la relación, y domarla. Si de primeras no accede, insistimos. Le dejamos ver quién manda, y hacia dónde queremos que vaya. Una de cal y otra de arena. Entre la fuerza y el cariño. Debemos saber que todo lo que hagamos va encaminado a que ese caballo pueda volver a ser montado, y que confíe en todo aquel que se suba a su lomo.

Si logramos nuestro propósito, conseguiremos equilibrio entre las personas y la relación, y paz. Mucha paz, sobre todo en las mentes y los corazones de las personas implicadas. En última instancia, y como último recurso, habrá que valorar la opción de sacrificar al caballo, en beneficio mutuo. Y ahí, cada uno, se irá por su lado, con la tristeza de haber acabado con algo tan bello, pero con la sensación de que no había otra manera para ninguno de los dos. 

Juan Lasheras

domingo, 17 de enero de 2016

Recorrer la vida

La vida es una carretera mayoritariamente inexplorada. Un camino que recorremos hacia delante. No están permitidos los trayectos en sentido contrario y, como mucho, puedes pararte, echar la vista atrás, y ver el suelo que has pisado, y todo lo que hay a su alrededor. Nada de lo que hagas podrá hacer cambiar lo ya vivido, si bien todo forma parte de la experiencia, y del saber.

Nuestros pasos solamente tienen una dirección, nos guste o no. Yo creo que a mí, como mínimo, me quedan 60 años vagando por esa carretera.

Y sé que me voy a encontrar zonas de la carretera con baches, grietas, y que será más tedioso pisar sobre ese suelo. También sé que, a su alrededor, encontraré campos muertos, con la hierba seca por culpa de las condiciones climatológicas. Demasiado sol, si no llueve para refrescar, acaba matando todo rastro de vida.

Otras zonas serán cuesta arriba, difíciles de subir, y donde notaré que se me agotan las fuerzas. Ahí me tocará mentalizarme de que, una vez en la cima, todo mi esfuerzo se verá recompensado por las vistas que tendré, y porque otra parte del camino será, necesariamente, cuesta abajo. Hace falta que me aprovisione bien para ese tramo del camino, porque de lo contrario dejaré parte de mi mismo por el camino, y perderé el equilibrio.

También imagino que habrá tramos llanos, con la carretera en perfecto estado, y donde lo que me rodeará serán verdes praderas, dignas de observar y en las que detenerse para respirar el aire fresco. Me llenará tanto y me gustará de tal manera que, si es posible, me quedaré ahí quieto, o soñaré con que todo lo que venga después sea similar.

Pero hay que tener cuidado. El camino está todavía por construir, y somos cada uno de nosotros los que podemos gestionar cómo va a ser. Habrá circunstancias imprevisibles que puedan deteriorar el camino y hacerlo más difícil de recorrer, pero con una buena organización, y sobre todo, con una idea clara de hacia dónde queremos llegar y cuál es la meta, recorreremos todos los tramos con cuidado, y con una sonrisa amplia en la cara.

Para recorrer todos esos tramos, necesitaremos un vehículo. Partimos de la casilla de “salida” con un carrito, empujados por nuestros padres. Durante un par de años, todo lo que vemos es perfecto, porque no nos toca evaluar nada ni gestionar los riesgos que se pueden presentar. Vivimos como reyes.

Luego ya empiezas a tener que andar, porque te apetece, y porque tus padres te dicen que empieces a dejar de vivir del cuento, que los otros niños ya andan solos. Te aguantas, te pones de pie, y empiezas a dar pasito tras pasito. Y te gusta. Es divertido. Pero es la primera experiencia, y cuesta, porque cualquier inicio de algo genera un poco de miedo e incertidumbre. Te subes al triciclo o a la bici y sigues tu camino.

Conforme vas creciendo, y sobre todo cuando llegas a una edad en la que eres consciente de que estás haciendo algo importante, coges un coche. Podría ser una moto, pero como seguro que el tiempo será duro durante partes del trayecto, mejor un coche. Te sacas el carné, y luego a por el coche. Lo quieres llenar de complementos, y empiezas a meter de todo. Pero te das cuenta después de arrancarlo y andarlo unos kilómetros de que eso no tiene pinta de que vaya a llevarte a ningún lado. Los complementos que has metido suponen más una traba que una ayuda. ¿Cómo puede ser si cuando iba en bici me venían genial? A veces pasa, y toca empezar a deshacerte de ellos y sustituirlos por otros.

Quiero hacer especial hincapié en esto, los complementos. Representan a las personas que te acompañan en el viaje. Así es como la gente entra y sale de tu vida. Hace años escribí una entrada similar, donde expresaba que hay que tomar la determinación, en ciertos momentos, de deshacerse de personas que, si bien han aportado algo a tu vida, su ciclo ya está completado, y tienes que dejarlas marchar, o a veces darles una patada en el pompis y que se vayan. Pero siempre guardando un recuerdo agradable, y sin haberlas utilizado para fines egoístas.

Sobre la elección de estos “complementos” se construye el coche. Son, por ejemplo, las ruedas, el combustible, los asientos, o incluso la radio. Todo tiene que ayudar a que el viaje sea muy agradable. Porque lo único que elegimos es el medio de transporte. Y si podemos, que sea lo más cómodo posible. Si se pincha una rueda, la cambias. Si se estropea un asiento, pones otro en su lugar, y si la radio está estropeada, la arreglas o la cambias. No obstante, no hay que tirar todo a la primera de cambio. Pero hay veces que sabes perfectamente que algo no puede arreglarse, y que te evitas tiempo y problemas si lo cambias y dejas de pensar en ello.

Elegir con cuidado qué metemos en el coche es algo fundamental. Pero no te preocupes si te equivocas, siempre estás a tiempo de hacer cambios. No tienes ninguna prisa por llegar a tu destino, que no está escrito más que por ti. Por eso, haz pruebas, ponle una cosa, quítale otra… No te preocupes si ves que algo parece que funciona pero luego deja de hacerlo. Es normal. Nadie sabe a ciencia cierta qué funciona con seguridad, salvo un elemento: la familia. No quiero entrar en esto, pero la familia es imprescindible, y lo que nunca fallará. Es como una grúa, que vendrá a ayudarnos a resolver los problemas. Siempre la tendrás ahí.

¿Cómo saber qué encaja en tu coche? Es simple, aunque a veces queramos hacerlo más complicado. Por ejemplo, si tienes una rueda cuadrada, por muy bonita que te parezca y muy chula, salvo que la metas en el maletero y la dejes ahí para siempre, suponiendo una carga, no va a servirte para nada. Eso, tíralo. Tu coche tiene que ser como un pequeño LEGO: las piezas pueden ser de distintos colores y formas, pero tienen que encajar unas con otras. La pieza que no encaje, mírala bien, analízala, estudia si puedes colocarla en algún otro sitio, y si no… Déjala por el camino. Pero déjala en su estado original. Quizás pase alguien después y pueda aprovecharla para su coche.

Pasarán años, y si haces una foto al inicio y otra durante el recorrido, te darás cuenta de que el coche ha cambiado, de que no es como el original, pero te alegrarás de saber que te lleva a tu destino, y, lo que es más importante, de que hay algo que, pase el tiempo que pase, siempre aparece en la foto: tú.

Toma todas las decisiones que quieras, sabiendo desde el principio que lo importante es que vayas recorriendo la vida de la mejor manera posible. Tú eres lo importante de esta historia, de este viaje. El resto de “complementos” son prescindibles. Conduce tú, y gestiónate tú. No dejes que nada te ciegue, ni que te entorpezca en tu ruta. Si ves que algo no va a funcionar, por mucha pena que te dé tirarlo o no poder usarlo más… Piensa que si decides dejar esa pieza en tu coche, te vas a quedar parado.

Déjate llevar por la intuición a la hora de recoger piezas por el camino. Si ves algo que parece muy útil pero algo en tu interior te dice que eso te va a dar más tristezas que alegrías, pasa de largo. Si lo coges y te equivocas, habrá sido un lastre.

Solo tenemos una vida, y tenemos que vivirla felices. Todo lo malo, fuera. Todo lo bueno, con nosotros. Siente el coche, y localiza los problemas. Nunca olvides que tu camino lo haces y recorres tú, por favor. 


Juan Lasheras