Casi como caída
del cielo, hoy se me ha presentado una película que podría decirse que define
muy bien las sensaciones a las que me he tenido que enfrentar en estas últimas
semanas. Como no quiero hacerle un spoiler a nadie, basta que os diga que voy a
ir señalando algunas de las notas características de la película, pero sin
desvelar toda la trama.
En primer lugar,
tenemos al caballo. No me he puesto a mirar en internet qué representa la
figura del equino, más allá de lo que yo me he aventurado a imaginar. El
caballo es el centro de la película, el argumento principal sobre el que giran
el resto de historias. Este caballo desbocado representa las situaciones que
parecen no tener un sitio por donde cogerlas, y que da la sensación de que lo
único que cabe es poner punto y final a su vida, o dejarlo marchar para que
viva en libertad. Partimos del problema con el caballo, para darnos cuenta de
que detrás de ese problema hay otros que ansían ver la luz. Y eso es lo que va
sucediendo.
De las distintas
escenas y personajes, me quedo con varias ideas que son perfectas para
aplicarme a mi mismo, y a todo aquel que tenga un perfil emocional, dominado
por los sentimientos, y donde parezca que usar la razón está vulnerando todos
los principios que siempre juramos mantener. Pero puede que nos hayamos
equivocado, y que todo sirva para estar mejor en el presente y en el futuro.
1.
Hay
que saber luchar por salvar situaciones problemáticas. Acabar con los problemas
a base de “liquidarlos” no es la manera cuando sientes en tu interior que se
puede hacer algo más, y que la lucha no supone un esfuerzo imposible de
realizar. A veces te irías al fin del
mundo con tal de solucionar algo, y no por ti, si no por la persona a la que más
afecta este problema. Ese gesto desprendido, altruista y generoso, puede salvar
muchas causas perdidas.
2.
Gestionar
los problemas conlleva saber gestionar a las personas. Cuando tenemos una situación
que se desestabiliza, que deriva en malestar, no solamente hay que saber elegir
la mejor opción para que no persista esa tensión en la cuerda, si no ver el
otro lado, ponerse uno mismo en los zapatos de la otra persona, e intuir qué
necesita para estar mejor y cómo lo necesita. Es crucial entender, para poder
avanzar. De lo contrario, estaremos con miedo a decir algo, no vaya a ser que
la persona que está en la disputa no sepa encajar nuestras palabras.
3.
Del
mismo modo, hay que saber gestionar las emociones. Un caballo desbocado lo
alimentan unas emociones inquietas, y mal dirigidas. Siempre he sido de los que
siguen el dictado del corazón, con una fe ciega inmensa. Pero, en ocasiones,
toca pararse a pensar, usar eso que tenemos dentro de la cabeza, el cerebro, y
detenerse a analizar la situacion, y a ponerle freno a las emociones. Por el
bien de ambas partes. Tú, si eres de dejarte llevar, conseguirás dominarte, y
mantener un equilibrio sano entre lo que te brota del corazón y lo que te aconseja
la cabeza. Evitarás esas decepciones y tristezas que tan profundo te llegan por
ser como eres. Del otro lado, por el
contrario, tenemos personas que no nos entienden, y que pueden no saber ver que
somos todo sentimiento. Si no sabemos darle a cada persona la cantidad exacta
de aprecio, cariño, y demás, nos arriesgamos a que no haya un punto de
encuentro, y que nuestro caballo se escape y no vuelva nunca.
4.
El
hombre que “susurra” al caballo sabe llevarlo. Es una persona que entiende que
estas cosas pasen, y busca las razones por las que han podido ocurrir. Obliga
al jinete a que se reconcilie, a que sea consciente de qué ocurrió para que el
caballo sea ahora indomable. Sin prisa, pero sin pausa, aplica los métodos que
considera que le van a llevar al éxito con el equino. Cuando el caballo se
escapa porque está alterado, lo espera horas… Sabiendo que el caballo, cuando
se calme, volverá con quien ve que le entiende. Llega a moldearlo y domarlo de
tal manera que, en cierto punto, el caballo golpea su espalda con el hocico,
como queriendo que él le lleve y le de lo que le ha ido dando durante ese
tiempo que llevan “conociéndose”. Genera en el caballo una necesidad sana, que
va calmando con un ritmo lento, pero que precisamente logra que el caballo
permanezca entre la tranquilidad y la necesidad, sin agobiarse en ningún
momento.
De todos estos
puntos, yo me quedo con una serie de ideas concretas y que se dan en un cierto
orden. Lo primordial es entender qué ha fallado, tratando de mirarse primero a
uno mismo, ver si está haciendo y actuando de la manera más positiva posible.
Después, bien tras gestionar este primer aspecto, bien tras comprobar que ahí no
radica la problemática, tenemos que mirar en el otro extremo. Siempre nos hablan
de la empatía, pero creo que es más importante entender, y no pensar en cómo se
estará sintiendo. Mejor ver cómo es, y qué métodos funcionan y cuáles no. Una
vez hecho ese ejercicio, hay que coger al caballo, que es la relación, y
domarla. Si de primeras no accede, insistimos. Le dejamos ver quién manda, y
hacia dónde queremos que vaya. Una de cal y otra de arena. Entre la fuerza y el
cariño. Debemos saber que todo lo que hagamos va encaminado a que ese caballo
pueda volver a ser montado, y que confíe en todo aquel que se suba a su lomo.
Si logramos
nuestro propósito, conseguiremos equilibrio entre las personas y la relación, y
paz. Mucha paz, sobre todo en las mentes y los corazones de las personas
implicadas. En última instancia, y como último recurso, habrá que valorar la opción
de sacrificar al caballo, en beneficio mutuo. Y ahí, cada uno, se irá por su
lado, con la tristeza de haber acabado con algo tan bello, pero con la sensación
de que no había otra manera para ninguno de los dos.
Juan Lasheras