sábado, 15 de marzo de 2014

Evita ser uno más: diferénciate y destaca


Juzgar sin saber, opinar sin entender, y criticar sin conocer, son, sin duda alguna, las peores lacras que han podido afincarse en la mente del ser humano. Es tan fácil, y cuesta tan poco hacer las cosas mal… Que no nos preocupa nada lo que podamos estar perdiendo, lo que podamos estar hiriendo, o la injusticia que podamos estar creando o fomentando. Y nadie, absolutamente nadie, querría ser objeto de juicios injustos, opiniones sin fundamento y críticas gratuitas. Nadie. Ni tú, ni el de al lado, ni el de más allá, y mucho menos yo mismo.

Por tanto, ¿cómo podemos actuar en estos casos? Creo que no podríamos empezar de mejor manera que diciendo una verdad como un templo, y es que la gente es complicada.

Yo soy complicado, pero solamente si le buscas tres pies al gato. Mientras no hagas cosas raras, no hay problema. Sin embargo, si te equivocas conmigo, es cuando florecen mis instintos rebuscados, y uno de ellos es el de querer darle a todo su sentido racional, realista, para poder llegar a comprender qué se esconde más allá de gestos, palabras… Cualidad o no, suelo tender a entender bien qué ocurre a mi alrededor, y cómo compaginar aquello con mi día a día.

Entiendo el contexto pero no puedo prever cómo actuarán las personas, simplemente manejo mi vida, mis pensamientos, mis críticas bien construidas, y me alejo de la facilidad del ir por detrás, meterme donde no me llaman y “hacer a los demás lo que no me gustaría que me hicieran a mi”. Y es, siendo lo que soy hoy en día, de lo que más me enorgullezco. Porque no caigo en la descalificación gratuita, incluso la justificada me cuesta. Es difícil sacarme de mis casillas porque, mis 7 hermanos y las experiencias, van forjando mi carácter.

En todos lados encontrarás personas malas. Las hay donde menos te lo esperas, es lo “mágico” del ser humano. ¿Qué caracteriza a dichas personas? Lo fundamental es la falta de personalidad, unida a una gran inseguridad interior. No hay nada peor que creerse un don nadie, no saber por dónde tirar, y buscar aceptación allá donde se vaya. En cierto sentido no es culpa íntegra de la persona en sí, pero todos tenemos el poder de forjarnos a nosotros mismos, por lo que, creo yo, no hay excusa posible para no mejorar.

¿Qué puedes hacer tú si quieres mejorar como persona? Sé tú mismo, y opina una vez entiendas las cosas que se te plantean, una vez escuches las dos partes de una versión, o la que te falta si tú formas parte de la discusión. En otras ocasiones es un tratar de ponerse en la piel de la otra persona para ver cómo reacciona a los estímulos que nosotros le proporcionamos. Podría deciros que esto se me ocurre porque es básico para crecer como persona, pero en estos casos aflora más el miedo a que hagan con uno mismo lo que uno puede llegar a hacer con otras personas, y entonces entra en juego un instinto natural, no sé si llamarlo de supervivencia, que hace que piense las cosas dos o más veces antes de caer en un gravísimo error.

Es sencillo de ver: si tú eres considerado, si eres correcto y actúas por delante, lo que otros puedan querer decir por detrás, equivocados y sin más ánimo que satisfacer el vacío que tienen en sus vidas, no supondrá un problema. Llevo aplicando varios años este modo de ver las cosas, y me da resultados increíbles. Puedo decir que tengo una gran mayoría de amigos, si no todos, que son conmigo como yo soy con ellos, y eso se consigue con esfuerzo y con personalidad. Mientras no tengas esa personalidad única, particular, ese ser tú mismo, vagarás por todos lados buscando carroña, aceptación barata, y perdiéndote en todos los aspectos.

Que sea duro de ver no quita todo lo real que es. La vida nos trata como nosotros la tratamos a ella. Un equilibrio perfecto que, si bien a veces tarda en llegar, nunca decepciona, y ningún esfuerzo es en balde. No hay nada más injusto que actuar mal con una persona que va de frente, con sinceridad y sencillez. Eso es como clavarle un puñal por la espalda a la persona a la que más quieres. Aunque, a veces, las mentes humanas crean capas, escudos protectores frente a los dilemas morales y las dudas razonables sobre las acciones que llevamos a cabo. Hay que tener cuidado de no acabar en un búnker mental, sin posibilidad de discernir entre lo que, por naturaleza, es bueno o es malo.

¿Mi consejo? Pegarse a gente que merezca la pena. Y la verdad es que a esa gente se la ve de lejos. O al menos me parece que es así. Hay diferencias sutiles entre alguien turbio, oscuro, y alguien claro y directo, que están presentes incluso en la mirada. Las personas con virtudes y mucho que compartir vienen con una sonrisa y un aura de sensación de tranquilidad y seguridad que se contagian enseguida. Y llena mucho, incluso solamente el tener a ese tipo de personas cerca. Yo creo que el mejor consejo que puedo dar se divide en dos: en primer lugar, la reflexión y el aprendizaje a base de observar a aquellos que consideramos buenas personas; y, por otro lado, la constancia en la lucha diaria por no cometer errores, juzgando con sabiduría, y con el factor de la presunción de inocencia hasta que algo tangible, contrastable, y real, nos haga tener un juicio claro. Si se siguen estos dos “consejos”, difícil será equivocarse.

Y muchas veces, para terminar con esta entrada, lo que sin duda diferencia a LA persona es que, aun pudiendo juzgar y demostrar su razón frente a las equivocaciones del resto, calla y sonríe, y sigue su camino, alejándose de cualquier foco de problemas o ambiente que no proporcione nada de bienestar.

domingo, 2 de marzo de 2014

Ella


Esta es, sin duda alguna, la entrada que mejor quiero que salga. En ella os voy a presentar y a desgranar a la persona más importante de mi vida, y creo que de la vida de toda mi familia. Un día llegué a escribir que el mejor amigo es el que no se hace de notar, pues bien, en este caso, y de forma análoga, la mejor persona del mundo es la que pasa desapercibida para todos, la que no acapara foco alguno, y con la que cometemos muchas veces el error de no reconocer toda la gran labor que hace día tras día desde que empezó lo que yo llamaría su “aventura”.

Esa persona es mi madre.

Quiero mucho a mi madre. Mucho más de lo que jamás llegaré a querer a ninguna otra persona. Sin ella, no sería nada de lo que soy hoy en día. Sin su atención, su dedicación, su mano dura, y su dulzura en los momentos necesarios. Si algo quiero llegar a ser en mi vida es la mitad de bueno que ella, un cuarto de inteligente, y otro cuarto de fuerte. Fuerte, porque ser madre siempre es duro. Inteligente, porque manejar una casa con 8 hijos no es tarea fácil. Y buena porque, aunque su papel sea el de hacernos la vida un poco menos “comodona”, todo lo que hace en su día a día es lo mejor para todos, y por consiguiente para ella.

Es una sufridora nata. No he visto a nadie hacer tantas tareas de la casa como a ella, ni interponerse entre un hijo y sus “deseos” de fregar para hacerlo ella. Ha cogido personas imperfectas, que van dando tumbos durante su época de desarrollo y crecimiento, y las ha convertido a todas en personas hechas y derechas. Y con la otra mano ha ayudado a su marido, para que llegue a ser quien es hoy.

Todas las madres, y por ende las mujeres, tienen muchísima más fuerza de la que nosotros, los hombres, y los hijos, jamás podríamos imaginar. Son una especie de superheroínas, y creo que incluso este término se quedaría corto.

Es la mejor. Lo siento por vosotros, pero es algo que no es negociable. Y, como de costumbre, expongo argumentos para demostrar lo que digo.

Cuando hay comida rica pero una parte “menos rica”, es la primera en cogerla. No nos hemos ni sentado a la mesa y ya vemos que falta ese trozo de pescado lleno de espinas. Se empeña en hacerle la competencia a mi padre en este aspecto.

Cuando hay que recoger, mi madre jamás en la vida se escaquea. La primera que se levanta y la última que se sienta. Mientras todos podemos estar disfrutando, descansando, o lo que sea que hagamos  después de comer, mi madre está fregando y limpiando la cocina.

Es una mujer que, a sus años (sean los que sean), sigue pareciendo tan joven como si tuviese 20. Tiene su carácter, y muy fuerte, pero… ¿quién en su situación no? Tengo un padre que está a mil cosas, mi otra inspiración de cara al futuro, y que digamos que eligió primero entre ser poli bueno o poli malo en casa. Mi madre, por tanto, volvió a escoger ese trozo de carne con nervio, difícil de comer, y que no está tan rico como el trozo más jugoso. 

Y ahí sigue, casi 40 años después, al pie del cañón y con la misma filosofía de no dejar que nos acomodemos ni en el sofá de casa. Cada vez que puede, se acerca al salón, pone voz de “aaaay cómo desperdiciáis vuestra vida” y nos lanza frases que llegan directamente a nuestra conciencia. Solamente las suyas llegan tan profundo y siempre dejan huella. Es un talento natural, y no hay escudo que no penetre. ¿Y qué hacemos nosotros? Nos enfadamos con ella, como si lo que dijera no fuese verdad. Pero la realidad es que si nos duele es porque es muy pero que muy cierto.

Es peculiar, en el buen sentido de la palabra. Para nosotros siempre lo mejor, sea lo que sea, y para ella lo menos caro. No lo entiendo. Pudiendo comprarse de vez en cuando algún capricho, tiene que ser su marido quien lo haga o, en su defecto, sus hijos. Calcula el dinero para ella como si fuese un bien escaso (no me malinterpretéis, lo es, pero mi madre tiene la suerte de haber obtenido mejores frutos de su trabajo), y siempre tiene sus cuentas mentales hechas. Casi diría que le cuesta llegar a fin de mes.

Trabaja en silencio, sin levantar sospechas, podríamos decir. Hace las cosas tan bien y siempre con tanta constancia que parece que no haga nada. No me malinterpretéis, es trabajadora como ella sola, pero muchas veces da la sensación de que, como lo vemos tan normal, tan… ¡Que parece que no le cuesta! Pues… No lo apreciamos.

Y qué decir de lo que quiere y apoya a mi padre. Qué sería de él de no haber tenido a esta “supermujer” en su vida. Siempre tendemos a reconocer lo que mi padre hace, que es extraordinario, y muy meritorio, porque él ha conseguido llegar a ser quien es gracias a su talento, a su dedicación, pero también en gran parte gracias al equilibrio y seguridad que le proporciona mi madre. Repito, hace las cosas que parece que no las esté haciendo, y no solo eso sino que, además, nunca se apunta el mérito.

Aunque pueda intentar esconderlo, está claro que quiere, como todos, cariño. Y muchas veces me siento muy mal cuando no reacciono como debo delante de ella. Es un comportamiento tan egoísta y tan desagradecido... 

Como ya he dicho es una mujer con un carácter muy fuerte, pero porque le ha tocado ser así. Ojalá no tuviera que serlo. Aun y todo la quiero como a nadie, y la respeto muchísimo, a ella y a todas las cosas que salen por su boca, bien sean pequeños halagos, o la más sincera de las críticas. Sé que siempre dice lo que considera lo mejor para nosotros, y que jamás nos aconsejaría nada que previamente no se fuese a aplicar ella misma. Igual que dice que nunca nos daría nada de comer que ella no hubiera comido primero. Qué raro, todo lo puedo aplicar a la comida…

Seguiría diciendo mil y una cosas más sobre ella, porque las tengo todas grabadas en el corazón, pero es que… En su caso es difícil decir todo aquello que considero un mérito y un motivo para sentirme orgulloso de tenerla como madre. Yo lo sé, pero digamos que es como la fe. Está ahí, dentro de nosotros, y no dudamos nunca de ella, pero muchas veces no es fácil de exteriorizar con las palabras adecuadas. Y en parte, o todo, no me gusta no poder definirla, porque me crea una sensación de inseguridad que no me deja tranquilo. Creo que es más fácil que la gente del exterior pueda dar una definición más o menos aproximada de ella, a que seamos nosotros, su familia, quienes lo hagamos. Espero poder ser en la vida igual de humilde y pasar tan desapercibido como ella, pero haciendo siempre las cosas bien, como hace ella.

Todo lo que diga se queda corto, todo lo que diga es poco, para tanta madre que me ha tocado. Se conforma con ver las sonrisas, con notar las alegrías de los demás, y eso la hace feliz. Hijos, cuñados, sobrinos, nietos, suegros, hermanos, amigos... Siempre haciendo feliz  a todo el que la rodea. Pero nunca quiere nada para si misma.

Es sorprendente, y a la vez un enigma. 

Y lo tengo claro: quiero aprender y ser lo más parecido posible a lo que su figura representa para mi: todo lo bueno, habido y por haber, y la más perfecta de las perfecciones. Y aun así rompe la regla de que “la perfección es aburrida”, porque siempre encontrará algo con lo que mantenernos despiertos, aunque yo lo llamaría más bien “sacarnos de quicio”. Y no estoy diciendo con eso que no tenga razón, porque es más bien todo lo contrario. Siempre tiene razón en lo que dice, y consigue dar en el clavo sobre aquello que ve que tenemos que mejorar y que, nos guste o no, nosotros también sabemos que deberíamos mejorar.

Por esto, y por mucho más: gracias por todo, mamá.

Juan