miércoles, 23 de octubre de 2013

Hasta arriba

Hasta los cojones. El título tiene que ser algo más fino y menos chocante, pero después puedo poner lo que me salga de las narices. Escribir. Sí, esto me ayuda. ¿A qué? A soltarlo todo. Es mi manera de mostrar mis cabreos, porque si tuviera que pagarlos con quienes los merecen, me quedaría más solo que la una, y no por falta de razón precisamente.

Vivimos en una época en la que la gente solamente se mira el ombligo, y tanto, que creo que el agujero es fruto de la presión mental de los ojos contra el cuerpo. El egocentrismo, el egoísmo, el no ver más allá de uno mismo. Eso está matando al mundo, y a las personas. Háztelo mirar si eres una de esas asquerosas personas que no se preocupan por el resto. Y no, no vale una acción, porque puede haber veinticinco que te delaten como un niño del yo-yo.

Me ocurre en todos lados, pero más sorprendentemente en los círculos más cercanos de mi vida. Esperas más de quien al final te demuestra incluso menos que quien no debe demostrarte nada. Así de triste es la vida, no la mía, sino la de algunos. La ley del mínimo esfuerzo, olvidar las cosas buenas que se hacen por uno mismo… Son solo algunas de las dolencias que sufren estos personajes.

No me considero bueno, no al menos bueno del todo, porque para ello debería seguir los consejos de mis padres al pie de la letra, y es algo que aun no he llegado a conseguir. Sin embargo, dentro de lo bueno que otros me consideran, siempre se repite esa frase de “de bueno, tonto”. Y estoy cansado de serlo. Lo soy… Dentro de lo bueno que me llego a considerar a mi mismo, tengo que reconocer que paso de los problemas. No porque me guste evitarlos, sino porque sé que si una persona de mi estilo se pone seria con algo… Todo puede acabar mal, y no precisamente por falta de argumentos. Cuando soy bueno, puedo ser el mejor, pero cuando me pongo serio… Puedes llegar a sorprenderte.

Me trago los marrones de los demás, muchas veces ayudo encantado a lo que sea, con tal de facilitar las cosas. Eso me han enseñado en casa y eso pretendo aplicar en mi vida. Pero hay límites, como para cualquier otra cosa. No puedes comerte un kilo de chocolate, porque te empachas y acabas enfermo. Y de la misma manera no puedes tragarte los marrones del resto, estar todo el día con una sonrisa en la cara, olvidar, perdonar, ayudar… Y no recibir nada a cambio. Cada uno ve su vida como la más mierdosa, como que todo son problemas, y otros tendemos a facilitar al resto su vida, escuchando, callando lo que nosotros podamos tener… Pero repito: todo tiene su límite. No hay cosa peor que alguien desagradecido, alguien que se olvida de lo bueno que haces por él, o ella, porque considera que es lo normal, lo que se merece que le hagan. Solamente recuerdan lo malo, lo magnifican, y el resto da igual.

La vida te puede sonreír si te encuentras con gente buena, pero la puedes cagar mucho si la dejas marchar. No hablo de mi, si no del resto de personas que os rodean. Desaprovecha una sola oportunidad, a una sola de esas personas… Y te juro que desearé que no encuentres a nadie igual nunca, que sientas la soledad de aquel que no sabe lo que es la amistad plena, la confianza ciega y el apoyo incondicional.

Haz lo que no debes, que, aunque no lo veas, te quedarás solo.

viernes, 24 de mayo de 2013

Una grabación sin oyente

Hola. Sí, al fin. Otra entrada más que leer. Es de agradecer. No, no hablo de lo que yo escriba, lo digo por ti. Gracias. Por estar ahí. Te interesa lo que escribo, sea para bien o para mal. Uno siempre quiere que lo que piensa sirva para algo más que para pasar un rato pensando a solas en una habitación. O en una calle sin horizonte, o en cualquier otra situación.

Pero… Le he dado vueltas. Muchos son, o somos, los que escriben, o escribimos, para soltar lo que tenemos dentro. Lo he vuelto a pasar por mi filtro, mi cabeza, y me he dado cuenta de que no estoy orgulloso de lo que escribo. Pienso cada palabra que escribo, y aunque sé que haya podido escribir cosas que suenen bien, no sirven para nada. No deberían ser imagen mía, ni de nadie. No es así. Desde luego que no. Las cosas se dicen, a la cara, frente a alguien, una persona real. Es todo un reto. Tienes que tener tan claras las ideas… Que no te de tiempo a borrar, reescribir, o pensar. Ciertamente a mi me gusta publicar las cosas tal cual. A veces modifico alguna frase para que no suene vulgar, es decir, que no parezca que lo estoy hablando. Lo oral y lo escrito exigen diferente nivel de claridad para los distintos receptores.

No nos desviemos. El caso, es ese. Me he dado cuenta, lo he visto, y esta es mi última entrada. ¿Por qué? No porque me importe lo que pueda pensar alguien sobre mi, quizás esa fuera la idea inicial. La realidad es que no quiero plasmar en papel lo que soy, sobre todo porque no merezco tan poco. No hace justicia a quien soy. Y que conste que puede ser para bien o para mal. Alguien puede leer todo esto y pensar: “jo, que tío más guay”. O bien: “este es más falso que Judas”. Y es tan cierto como que mañana será sábado. Precisamente es el motivo opuesto el que me hace despedirme. Y explicarme. Si fuese un extremista, no volvería a escribir y listo, pero en parte sigo siendo el mismo Juan que empezó este blog. Y creo que esto que escribo sí que puede ser útil de verdad, no para que uno abra un blog y suelte todo lo que se le pasa por la cabeza, si no más bien para lo contrario. Para que tú, seas quien seas, te des cuenta de que no tienes que hacer estas cosas para sentirte bien. Para que tú tengas conciencia de que vales mucho, y que tengas paciencia si no consigues que nadie te haga llegar a tal punto de confianza como para que puedas abrirte y contarle lo que constantemente escribes. Todo es cuestión de tiempo. Tiempo, actitud, personalidad propia, e indiferencia.

Es más sencillo de lo que parece. No creo que vayamos a dejar de ser como somos, porque… Eso que nos hace ser únicos es tan básico que nunca podrá desaparecer. Yo solo intento que veas que… Escribes bien, o no, al menos lo intentas, pero no debes hacerlo. Te estás abriendo a todos, a quienes te aprecian y a quienes no, o a quienes te aprecian y a quienes no hacen el esfuerzo de conocerte, para ser más justos hablando. Piénsalo un momento. ¿Aún no te das cuenta? Es fácil verlo, de verdad. Has escrito sobre amistad, amores o desamores, sobre las cosas que piensas cuando se te ocurren, ¿y por qué las escribes? Porque nadie te conoce (o quiere) lo suficiente como para acercarse y decirte: “va, cuéntamelo”. Mirad lo que yo he ido publicando. No sé si sentirme avergonzado, pero lo veo claro. No me arrepiento, porque es el Juan de hace uno o dos años, e incluso el de enero mismo. Pero no quiero serlo más. No al menos en el plano público y sin control. Mis padres siempre me han repetido lo peligroso que es colgar algo en internet, y aunque yo no tenga miedo de nada de lo que escribo, tienen toda la razón. Por culpa de las nuevas tecnologías somos todos escritores profesionales de sentimientos, y el título lo recibimos cuando tenemos ordenador, conexión a internet y un sufrimiento interior. Pues yo no quiero serlo más.

Y termino así. Lo dicho, puedo sonar a lo mismo que todo el resto de entradas que hayáis leído, pero solamente quiero despedirme como Dios manda, y sin callarme lo que me ha llevado a ver las cosas con otros ojos. Creo que sería injusto que si alguien se encuentra encerrado en una mentira y yo tengo mi solución, que no LA solución, no la compartiera para ver qué ocurre.

Gracias por leerme, pero ahora os toca conocerme. Quisiera poder deciros que lo que habéis visto es solamente una pequeña parte de mi, pero como no soy yo quién para juzgarme… Adelante, atreveos a llamarme, escribirme, o lo que queráis. Estaré encantado de conoceros, y trataré de ser recíproco con vosotros, no me negaréis que os gustaría que os entendieran y os escucharan.

Un abrazo, y que esto sea el comienzo de una gran amistad.

Juan

jueves, 31 de enero de 2013

¿Tan pronto de vuelta?


Escribo porque me gusta. Escribo porque me libera. Escribo cuando lo necesito. Escribo cuando tengo algún motivo, aunque más bien suelen ser diferentes motivaciones las que hacen que me anime a escribir. La de hoy es una más. Es una reflexión. Un pensamiento en un momento de soledad, de silencio. Os pido que me perdonéis si consideráis que cometo faltas ortográficas o morfosintácticas, o cualquier tipo de error al escribir que os dificulte la lectura.

No soy, ni pretendo ser, un escritor. Soy simplemente una persona más en este mundo del blog, una persona sin estudios avanzados en esta materia, con un conocimiento de la lengua adquirido por las clases de Lengua y Literatura del colegio, y con un vocabulario que he ido añadiendo al mío gracias a la lectura, hobby que por desgracia dejé de llevar a cabo cuando la era informática llegó. Mis palabras, mis frases, mis comas y mis puntos… Todo ello está puesto de tal manera que el que lea sienta como suyo lo aquí plasmado. Tal cual. Intento poner las cosas tal y como creo que debería contarlas de hacerlo oralmente.

El caso es, ¿qué motiva este último texto? Siempre hay un algo o un alguien, como ya he dicho anteriormente. Nunca hago mención expresa a dichas “musas” que me inspiran, porque me gusta mantener la intimidad más importante al margen de algo tan público y al alcance de todos como es este blog. Sí puedo deciros que muchas de las entradas que leéis están llenas de tristeza, o al menos miro las cosas con un tono oscuro, casi negro. Puede que sea, y ni yo lo se, porque realmente hay más donde escarbar dentro de mí, algún lugar donde todo lo malo se almacena. Siempre tenemos un rebosadero, donde se almacena toda el agua que sale de nuestra piscina particular que es nuestro estado anímico. A veces el rebosadero se llena y hay que abrir la llave que deja correr agua hacia los desagües.

Yo me considero una persona alegre. No gracias a mi, sino a aquellos que me han permitido estar en sus vidas, aquellas personas que infunden una luz natural que hace brillar a cualquiera que esté cerca. Creo que gracias a ellos y a ellas soy quien soy. Ayer ya hablé de mi familia, pero quiero hacer esta breve mención, ya que ella ha sido mi luz más brillante, mi Sol particular. Qué sería de mi sin ellos…

No voy a cambiar esa tónica triste, porque no es tan triste como parece. Siempre que me pongo a escribir, mis dedos se van solos y mi cabeza transmite directamente a estos lo que quiere que mecanografíen. Yo soy un lector más, como vosotros, y esto no es una metáfora ni ningún otro recurso literario, es la pura realidad. Antes de publicar esto lo leeré para ver qué narices he escrito. Dentro de toda esa actividad de mi cerebro, cuando se plasman en las hojas los sentimientos, problemas, y demás, él solito empieza a producir pensamientos positivos. Así es, lo que no soy capaz de hacer yo por mi cuenta lo hace mi cerebro sin que nadie se lo pida. ¿Cuál puede ser el motivo? Es muy fácil de explicar.

Quien quiera que hizo que yo llegara a este mundo me dotó de virtudes, de dones. No los he localizado aún, apenas, pero si de uno estoy muy orgulloso es de ese que aparece cuando más se necesita. No hablo de una necesidad mía, sino de los demás. Dios, mis padres, mi entorno… Ese don no ha salido de la nada, si bien Alguien lo puso ahí y los que me rodean lo han ido moldeando hasta ser hoy lo que es, y lo que me queda por pulir.

Cuando alguien necesita ayuda, cuando se necesita consejo, ahí aparece ella, la claridad, por llamarla de alguna manera. ¿Por qué claridad? Porque se me abre la mente. Porque sabe responder a los problemas que se me plantean desde fuera, aunque es raro que ante mis propios problemas no reciba la misma ayuda. Por eso digo que es un don. No sé si me tiro de la moto al afirmar que los dones se activan ante la necesidad del prójimo. Yo creo que sí. Pero las opiniones son infinitas y la mía puede ser la más pequeña de todas.

Esa claridad me hace ver como nunca en ninguna otra situación pudiera lo que a ojos del resto escapa. Los hay que tienen el don de la inteligencia, otros tienen el don X… Pues a mí me tocó el don de poder ayudar. Y es algo que no lo tomo como mío, sino que considero que los dones que tenemos los hemos de poner al servicio del resto, sin esperar nada más allá de la reciprocidad que surge de los buenos corazones. El don que hay en mi, repito,  no lo tengo como propio, tiene que ser aprovechado, e incluso en ocasiones hago más de lo que debiera, por el mero hecho de que tengo que utilizarlo mientras esté activo.

Si pensáis que intento echarme flores, estáis muy equivocados. Lo único que siempre pretendo es algo tan simple como intentar encender dentro de los que leen estas líneas la llama de su don. Cada uno tenemos el nuestro, quizás no lo notemos porque lo consideramos parte de nosotros mismos, pero si algo haces bien que beneficie a los que se acercan a ti… Es un don. Ya he dicho que algunos son inteligentes, otros son generosos, otros amables, graciosos, serviciales, buenos amigos… Todo ello son dones. En este sentido he de deciros que creo que no somos tan únicos. Hay muchos dones diferentes, pero para que se puedan disfrutar en todas partes es necesario que estén dispersos en el mundo. No es malo, y si se juntan varias personas con el mismo don puede darse algo increíble.

Vaya… Volved al tercer párrafo y decidme… ¿No me he ido por las ramas? Sí, qué faena. Pero bueno, es lo que me pasa siempre. Muchas veces empiezo con una idea que poder distribuir a lo largo de la entrada, pero acabo hablando de todo menos de eso. No consigo mantener la concentración necesaria para terminar las cosas que digo. Muchas veces me pasa que tengo mil cosas en la cabeza y aun asi aparece de repente otra y la pongo por delante de las que ya estaban, y me voy olvidando de las que estaban detrás. ¿No os pasa? Es un poco frustrante, aunque creo que nunca el sacrificio de una primera idea ha sido en vano. Siempre sale algo. A veces te quedas algo insatisfecho porque piensas que querrías haber metido eso que no has podido. Pero tienes de nuevo la oportunidad en otra entrada, o tal vez surja a lo largo de una que comenzaste sin ni siquiera tenerla en mente.

Al ritmo que voy los folios parece que se rellenan solos. Y aún no he dicho nada. Lástima que seguramente la idea principal se quedará cortita.

¿Os parece que continúe otro día? Creo que será lo mejor. Recordádmelo si me olvido, os quiero hablar de las motivaciones para escribir esta entrada.

Un fuerte abrazo a tod@s,


Juan Lasheras Cuenca

martes, 29 de enero de 2013

La familia

No sé si he hecho ya mención en algún momento de mi vida bloguera a la familia. Lo he tenido que hacer, porque la familia es el mayor de los apoyos en cualquier circunstancia. Muchos dirían, entre los que me incluyo con orgullo, que la familia es el mayor de los pilares en la vida de una persona cualquiera. Es EL pilar por excelencia, es un pilar que en la gran mayoría de los caso echa raíces y él solito mantiene en pie toda una estructura como es nuestra vida.

La familia es algo tan grande que toda palabra que intentes asociar a esta se queda corta. Así de claro. Es algo tan perfecto y tan completo… Sí, vale, todos hemos reñido y seguimos riñendo con nuestros hermanos, hermanas, padres… Pero eso es parte fundamental del todo que compone una familia sana y feliz. ¿Qué pareja no firma estar toda la vida juntos aunque haya discusiones (que se arreglen dejando a un lado las tonterías) de por medio? Mi familia es única, al igual que lo es la tuya, y la del de tu lado, y la del otro… Cada familia es un mundo porque los miembros que la forman son un todo en ellos mismos, y la relación que hay entre cada uno es diferente. Es algo grande, algo enorme, y que muchas veces todos tendemos a dejar de lado, a no ver lo importante que es, a buscar donde no hay que buscar. Siento decirlo pero todos lo vemos así. Quien niegue que alguna vez se ha equivocado y ha mirado donde no debía para pedir ayuda… No es persona.

La familia es compenetración. La familia es entendimiento, amor y voluntad. Entendimiento de todos con todos, porque sino no puede haber familia en el sentido más “ñoño” de la palabra. Amor, básicamente porque una familia se caracteriza por el amor que se tienen los unos con los otros, y es perfecto en el caso de unos padres con sus hijos. Voluntad… Cómo no mencionarla. Una familia no es fácil de llevar, ni por parte los padres hacia sus hijos, ni de estos hacia los otros, ni por los hermanos entre ellos mismos. Se sufre, cuando uno hace algo al otro que no debe, cuando se contesta a los padres, cuando se hace cualquier tipo de acto que pueda llegar a desestabilizar la armonía que debiera reinar en las familias. A ver, que mi familia es de todo menos armoniosa. Tenemos un caos cuando estamos juntos… Pero no es eso lo importante en nuestra familia. O sí. Porque cuando nos lo proponemos nos unimos todos y puede salir algo increíble, más bien diría que siempre que nos lo proponemos sale algo estupendo. Y, para añadir, la motivación principal son nuestros padres.

Sueno cutre, sueno ñoño, pero sueno a una pequeña parte de mi familia, una décima parte, inicial, a la que se van sumando nuevos miembros, siempre recibidos con los brazos abiertos. Se llegan a sorprender al principio, como es lógico, por el barullo que montamos, pero al poco se acostumbran y son uno más, o una más.

Mi familia es estupenda. Tengo un montón de hermanos, para los que me conozcáis poco, tengo 4 hermanos, todos mayores, y tres hermanas, dos mayores y una pequeña, aunque ya no tanto. Cada uno de ellos tiene algo especial para mi. De la mayor, a la pequeña. Ponerme a desgranar a cada uno de ellos me llevaría siglos y no habría papel suficiente ni espacio en internet para que cupiese. Son todos estupendos. Cada uno lo es a su manera. El que no es ordenado es atento, el que se pierde un poco más es pura sonrisa. Responsables, cariñosos, cercanos… Son solamente algunos de los adjetivos que puedo decir de ellos. Pero lo más importante, son mis hermanos. Sin ellos no tengo dónde caerme muerto. Los amigos, pensaréis. No lo niego, pero, ¿y si es con ese amigo que tenéis con el que habéis discutido? Lo mires por donde lo mires, los únicos, cien por cien asegurado, que no te van a dejar nunca de lado son tus padres y tus hermanos. A ellos podrás acudir siempre y contarles todo lo que quieras, que ni se van a alarmar (no me he puesto a pensar en qué pasaría si les confesaras un crimen) ni van a dejarte solo ante el problema. Es lo mágico, a la vez que totalmente normal, de la familia. 

Desgraciadamente, la familia tiene miembros que no pueden estar con nosotros cuando los necesitamos, no al menos de forma presencial. No todo es el presente.  No todos tenemos la suerte de mantener intacta la familia que se nos dio cuando nacimos. Y lo que duele. Por mi parte doy gracias por que el núcleo principal de mi familia siga intacto. Mis hermanos, que algunos han vivido calvarios en su vida, siguen al pie del cañón a pesar de todo. Mis padres, que han vivido también muchas cosas que desgastan y acabarían por derrumbar a cualquiera, siguen ahí, con sus alegrías y sus penas, sus momentos de tristeza, de enfado, de cansancio… Pero ahí siguen. Y yo los quiero mucho. Los tengo en un pedestal en el que merecidamente están.

Vosotros imaginad a unos padres que levantan su vida de la nada. De la más absoluta pobreza, como era aquella época que nuestros abuelos e incluso padres han vivido. Tener el valor de sacar ocho hijos adelante. Ocho. Y porque el de arriba no quiso que fuéramos nueve. Ocho hijos… Es una pasada. A todos nos han dado lo mejor, sin escatimar en gastos o en esfuerzos. Llevan 37 años casados, si mal no recuerdo, y siguen dándolo todo por nosotros. 37 años de sacrificio por sus hijos. Cualquiera pensará que es la obligación de unos padres, pero la obligación de unos padres no es tener que currar el doble para darnos lo mejor. No, eso surge del amor, de la fe en el futuro, de una vida despegada de ellos mismos, dedicada a nosotros. Sufrieron a nuestro paso por el colegio, han vivido nuestra etapa universitaria (la mía sigue aun), y seguirán ahí cuando nos marchemos de casa. Es la única sombra que me alegro de tener en mi vida.Y como yo pienso de los míos vosotros también lo hacéis, estoy seguro.

Intento no dejarme cabos sueltos, mencionar todo lo que merece ser mencionado, pero no llego. Y me he desviado del tema. Aunque nunca había estado tan contento de hacerlo.

Estábamos hablando de los que ya no están. Cómo echo de menos a mis abuelos. Cómo los extraño de veras. Y cuánto me arrepiento de haber pensado, en su día y siendo un crío, que ir a casa de los abuelos era aburrido. Qué equivocado estaba y cuánto pienso que he sido un frío y sin corazón. Vale, nuestros abuelos poco nos podrán entender o nos hablarán más de lo que quisiéramos pero… son familia al fin y al cabo. Y tienen consejos que nosotros nunca podremos imaginar por nuestra cuenta. Tienen vivencias que les hacen ser seres excepcionales. Las han pasado muy pero que muy putas, hablando mal y pronto. Han vivido hambruna, guerra civil… Y sin tener apenas para vivir, sin saber siquiera leer. Los abuelos son las personas más sabias que viven en este mundo. Ni físicos nobel, ni nada de nada. Me da pena haber llegado tan tarde a este mundo, porque disfruté bien poco de unos abuelos encantadores, cada cual con su cosa. Una era habladora como ella sola, los abuelos trabajadores, y la otra abuela puro cariño. Todo es aplicable al resto, no es algo cerrado, pero me quedo con características que valoro especialmente de todos ellos.

Algunos, algunas, tendréis casos más graves, casos de familiares más cercanos aún, que se han marchado de vuestro lado. Padre, madre, hermano, hermana… En primer lugar siento muchísimo vuestra pérdida. Debe ser terrible, inimaginable. Pero quizás se le pueda dar otro punto de vista. Solamente trato de animar un poco, que nunca viene mal. Pensad… Quienes creáis en Dios, que ellos están mirándoos desde arriba, que tienen un Gran Amigo al que le hablan genial de vosotros. No solamente es esto, sino también otro gran factor: os ven. Están ahí, y si lo tenéis presente, bien el miedo a decepcionar, o el acordaros de que os ve… Os llevará a hacer de vuestra vida un camino mucho más recto. Creo que, y pienso más bien en mis abuelos, esto es una verdad como un templo.

Siempre nos pintan el fallecimiento de alguien por un lado que intente satisfacer lo que nuestra cabeza, por naturaleza, trata de entender a toda costa. Para muchos es incomprensible la prematura marcha de alguien. Yo mismo no lo entiendo. Me parece tan… Injusto. Y lo digo por los casos de amigos o amigas que tengo. Ellos son los únicos que pueden decir algo al respecto, pero a mi también me afecta en cierta manera, porque debe ser un dolor terrible e incomprensible. Al cabo de los años, uno ve que las cosas no distaban mucho de lo que se creía una frase hecha más que una realidad. Pero es cierto. La gente mueve montañas. El ejemplo de una persona que fallece cuando creemos que no debería es tal… Que cambia a muchos. Y dicen, que Dios corta la flor cuando está en su máximo esplendor. Puede ser a los 8, a los 20, 30, 40… o 70 años. Sí, se los lleva, pero la luz que dejan cuando se van consigue abrir los ojos de muchos, hacer cambiar o retomar un camino que nunca debió dejarse…

Creo, y solamente es una opinión, que se debe estar más que orgulloso.

Bueno, me he extendido muchísimo. Y lo que me extendería si me pusiera un poco más. Pero por hoy es más que suficiente. Lo que da de sí la familia.

Mis consejos, o mis pensamientos son, que ante todo, os agarréis a vuestra familia. Os pido que un día os paréis a pensar, que os sentéis y reflexionéis. De lo que sacaréis os darán ganas de llorar de felicidad, de llamar a vuestros padres para agradecerles todo, e incluso llamar a vuestros hermanos, y decirles lo mucho que los queréis y lo arrepentidos que estáis de no haber estado plenamente con ellos.

Si hacéis esto, y conseguís tener a vuestra familia donde se merece, seréis ya no un poco, sino muchísimo mejores. Porque la familia es la base del resto de vuestra vida. Actuad fuera de casa como sabéis que debéis hacer en casa. En el trabajo, en la universidad, con la pareja… En todos lados. Una vida sana y con cabeza en familia es la clave del éxito. Aunque claro, siempre hay excepciones, y lo que yo diga no es ni mucho menos una verdad absoluta, ni relativa, ni se parecerá a la verdad, pero a mi me convence y me hace ver que puedo ser mejor.

Gracias a vosotros también,


Juan Lasheras Cuenca

martes, 15 de enero de 2013

La herida abierta

Quisiera poder escribir algo positivo. Quisiera poder decir que a pesar de todo lo bueno que he vivido en este último medio año, estoy feliz, pero siempre quedan resquicios que me impiden ver la vida con todo lo positivo que se puede absorber de ella.

Las cosas terminan, porque tienen que terminar. Los motivos por los que terminan quedan en el aire, sin explicar, sin entender. No solo los motivos sino también cosas que preceden a tan fatídico momento, que es la ruptura. Es un conjunto de dudas que se ciernen sobre tu cabeza día sí y día también. Intentas evitarlas, llenar esos espacios que dan pie a que tu cabeza empiece con ese “run run”, pero siempre acabas cayendo. Y hay muchos momentos. Todos ellos solo. Puede ser en tu habitación, escuchando una canción que potencie la negatividad, no por su letra, sino por su melodía. Puede ser un momento de descanso durante un jueves noche en la discoteca. Te paras, te sientas, miras al infinito y vuelve todo, multiplicado por dos.

Hay una mano negra que actúa en los recovecos mas inesperados de uno mismo y que, si no aprendes a controlarla, puede llevarte a la desesperación. A falta de controlar ese escalofrío que en ocasiones nos recorre la espalda, tienes que hallar una solución alternativa. Pero no nos vayamos por las ramas, hoy no es el momento.

¿Qué puedes hacer cuando te viene a la mente todo? Quizás llega el momento de seguir sentado, o sentarse, o quedarse de pie, pero en definitiva abrir la puerta a los conflictos. Es divertido decir abrir la puerta a los conflictos, sobre todo porque no entra nada real, y lo que “entra” no es nadie más que tú mismo, para hablarte de las cosas que tienes en la cabeza y te están martirizando. Entran varios tú. El tú que quiere hacerte sentir culpable. El tú que te da un abrazo y te dice que sigas tu camino, que hiciste todo lo posible. Y aquel tú que duda de tus actos, recordándote momentos en los que quizás pudiste actuar diferente.

Os reunís todos, os sentáis como si fuerais un grupo de terapia de alcohólicos anónimos, y habláis. Primero te toca el turno a ti mismo, que lanzas lo que te atormenta al aire. Todos te miran, y tú buscas una respuesta. Siempre tiene que haber una primera persona que alce la voz. Suele ser tu “yo” menos crítico, que te ve la cara de desesperación y trata de calmarte. Una sonrisa y una frase complaciente. A continuación viene aquel que quiere echarle un capote a la otra parte que no está ni de forma imaginaria ahí. Te entran las dudas de qué deberías haber hecho, y ahí es cuando tu “yo” más crítico te remata con un golpe maestro. Y un sentimiento de culpa. ¿Qué pretendes? Para algo está ahí, y tal vez esté camuflando en él la verdad más amarga.

Analizas las respuestas, juras por lo más sagrado que tienes que serás objetivo al recordar los momentos más “peligrosos”. Lo intentas, pero nunca puedes ser lo suficientemente objetivo. Somos así. Nuestro inconsciente trabaja duro para que la maquinaria funcione a la perfección, y una depresión puede desbaratar todo lo ya conseguido.

¿Cómo hay que lidiar con esta situación? Sabes que no vas a poder ser imparcial, sabes que no vas a conseguir olvidar a esa otra persona básicamente porque lo que eliges que forme parte de tu vida logra un hueco en lo más profunda de tu corazón, y es una zona tan sensible que todo le hace daño. Elige.

Por más que lo pienso hay una forma de dar con el menos inocente de los dos. Sí. Y es algo que funciona, siempre. Porque las cosas se ven claras una vez pasa la tormenta, y es gracias a un detalle a veces infravalorado: la actitud. Tu actitud te delata, para bien o para mal. Cuando los problemas llegan y las decepciones entran en tu vida, en la suya, en la vuestra, hay que esperar a ver las reacciones en frío, pasado un tiempo, y es ahí cuando puedes comprobar sin temor a equivocarte quién es culpable, y quien no. Ante una ruptura, tiene que haber reflexión interna, hablarlo con algún amigo o amiga, y no darle más vueltas al tema. Tienes que aprender a desistir. Duele, es incomprensible y muchas veces no es más que un parche de nicotina que se le da a un fumador compulsivo, el cual lo nota como muy insuficiente.

Frena. De veras. Frena. Tómate tu tiempo, vete de retiro espiritual o algo tan sencillo como salir con los amigos. Sentirás un vacío en el estómago. Será hambre. ¡Jajaja! Es broma. Es normal sentir un vacío, es ese que deja la rutina, la costumbre y lo “normal” en la vida diaria. Pero ya está, pasó, y nunca más volverá.

¿No? ¿No surte efecto? Sonríe. Así vas bien para empezar. No, no me digas que te sigue preocupando. Bueno, vale, lo entiendo. Pero no puedes hacer nada, de veras. ¿Por qué? ¿Enserio me lo preguntas? Mira, te diré una frase de mis padres, de mis hermanos y de todo hijo de madre, salvo mía: “la gente no cambia”. Yo no termino de aceptarla porque creo en que todos tenemos derecho a intentarlo, y a que nos den la oportunidad.

Puedes seguir preocupándote. Lo hacemos todos, unos más en secreto, y otros menos. Es lo que hay, lo que nos toca, y lo que nos tocará hasta el fin de los días. Porque, no lo niegues, te mueres por dentro por acercarte y, aunque nadie te haya dado vela en ese entierro, coger a esa persona de la mano y volver a decirle lo que un día te tocó decirle, porque conoces su carácter, sus debilidades, y sus virtudes. Sigues de lejos su vida, preocupado. Sincérate contigo mismo, reconócelo, y el dolor y la pena se irán. Perdona, mantente al margen y si algún día se te necesita… Demuestra lo que vales. No por demostrarlo, sino porque eres así.

Buenas noches.

miércoles, 2 de enero de 2013

Comienza un nuevo año

Feliz año nuevo. Feliz 2013. Lo normal sería deciros que os deseo que este año que ha llegado tengáis todas las cosas buenas que os merecéis, y que cumpláis vuestros sueños y lleguéis a ser quienes estáis destinados a ser. Lo siento. No puedo decir eso. Estaría cayendo en el absurdo mas grande que se puede caer. No es que no os desee lo mejor, permitidme que me explique.

No odio la Navidad, básicamente porque es el momento en que nos reunimos todos para celebrar “algo”. Los católicos el nacimiento de Jesús, los no católicos a saber qué, y la perspectiva más adecuada es que en general, católicos o no, estas fechas son el momento para estar juntos, en familia. Punto. Estar juntos. Siendo sincero, he de reconocer que el tema católico no se ha tocado en mi casa mas que para el “¿has ido a misa?”  o el famoso “Ah, ¿que hoy es obligatorio?”

Hasta aquí el inciso sobre el tema de la Navidad. ¿Por qué no me gustan las frases estereotipadas y las ideas poco coherentes que se repiten anualmente? Porque son un rollo, un coñazo, una falsedad. Una buena razón sería argumentar que las decimos sin realmente pensar en nada sobre la otra persona, es decir, las soltamos como quien dice “amén” en misa, o como quien sonríe y dice “sí” cuando alguien le ha contado algo y no ha hecho ni caso. “Feliz año, te deseo lo mejor rodeado de los que te quieren y que se cumplan tus sueños”. Creo que podría ser una de las frases mas conocidas y repetidas de todas. ¿Qué hay detrás de toda esta feria? El evadirse de los problemas, posponerlos y pensar que es una buena excusa lo del año nuevo para empezar de cero y eliminar de nuestra mente los constantes fracasos del año anterior. Que si quiero hacer ejercicio, que si quiero estudiar, madurar, leer mas… Todas esas cosas están genial, pero… ¿por qué hay que cambiarlas  a partir del 1 de enero? Si nos fijamos de forma detenida lo único que cambia son las cifras del calendario. Reseteamos nuestra referencia temporal y le sumamos un año. Y ya está.

Quisiera creer que realmente sirve para algo cambiar de año. No sirve para nada. Porque si te quieres proponer algo, el día en que te das cuenta de que estas fallando es el día en que tienes que decidir cambiar. Y precisamente las navidades no son las mejores fechas para cambiar. Comer… Beber… Salir… Puede que no sean las prioridades a cambiar en mucha gente, pero deberían serlo. Comer: algo que es un privilegio, algo que tiene que ser tenido en cuenta con medida, sin caer en empachos absurdos. Beber: borracheras que acaban por dejar peor tu imagen. No, no es lo importante la imagen, sino uno mismo. Cuando caes en la borrachera pasan varias cosas, entre ellas unir salir con beber, o hacer balance de una noche y darte cuenta de que tienes lagunas, comportamientos vergonzosos, y conductas que dejan ver en parte la realidad de cada uno.

El cambio, los sueños, o los buenos momentos son cosas que se trabajan. No se puede pretender pasar de una situación personal mala a una completamente diferente en tan solo un momento. Perdonadme si algunos pensáis que es una buena motivación para aquellos que han sufrido, o para aquellos que no tienen nada. Quizás esté dando la sensación de ser frío y malo, pero no es para nada así. Solamente trato de dar a ver que las esperanzas, los sueños, los cambios en general... Vienen precedidos de un cambio interno, y que ese cambio interno lo realiza uno mismo cuando localiza el foco del problema, y los sueños se cumplen, la suerte sonríe y todo lo bueno aparece cuando uno con esfuerzo y sacrificio consigue darle la vuelta a cosas tan normales como los defectos, o las contrariedades que la vida nos presenta. Y esto es real. No hablo de divinidades que recompensen, hablo de la justicia que rige este mundo. Sea quien sea quien maneje todo este complicado mundo, sabe a quién corresponder con los dones y las alegrías.

Si ahora, por otro lado, hago alusión a un tema concreto, sé que muchos se identificarán con lo que digo. No, no hablo de que no os gusten las uvas, que también es algo interesante de remarcar, pero me quiero referir a algo más serio. Cuando llega Navidad, o Nochevieja, nos pasamos largos ratos escribiendo a la gente para felicitar las navidades y el año nuevo.  Más que un acto de amistad hacia esas personas que reciben la felicitación, en la actualidad, que no en lo referente a nuestros padres, esta costumbre se ha tomado como forma de “demostrar” al resto que les aprecias y que te acuerdas de ellos. Puede que haya un par que sí sean verdaderos amigos o gente de la que verdaderamente te acuerdas, pero por otro lado tenemos la cruda realidad de la apariencia. Aparentar está muy de moda, como creo haber escrito ya en alguna de mis otras entradas. Por culpa de la imagen, la apariencia y con las facilidades actuales de internet, whatsapp, y demás, felicitar a la gente se ha convertido en algo automático.

A mi modo de verlo, felicitar a la gente no demuestra la amistad. Salvo aquellos casos en los que obviamente haya una amistad de verdad. Nuestra mente funciona de tal manera que sentimos la obligación de que, ya que podemos comunicarnos con X o Y, tenemos que felicitarlos, para que no piensen que somos malos amigos. Pues bien, es absurdo pensar que por felicitar a alguien ya eres buen amigo. He de reconocer que alegra ver que ciertas personas se acuerdan de ti, que te escriben algo único y personalizado, interesándose por cosas reales. Volviendo al tema, la amistad se demuestra en el día a día, en el trato y en los detalles de los 365 días que tiene el año. Una amistad no se crea por felicitar el año o la Navidad. Lo único que me divierte son las felicitaciones tan originales que hay cada año, es bastante entretenido leerlas.

Aunque lo peor es la vuelta a la universidad, colegio, o trabajo. Tener que empezar las primeras frases con cada uno con un “feliz año”, es mortal. Es como empezar con el “hola”, pero más obligado en muchos casos.

En resumidas cuentas, y sintiendo haber sido así de crítico durante todo el texto, he de decir que la época del 24 de diciembre al día 6 de enero ha de ser, sin duda alguna, una época de tranquilidad en casa, de recordar con cariño todas las anécdotas del año, la gente que se suma a tu vida, los que se van… Pero no el momento de echar tierra sobre lo complicado, pretendiendo así enterrar unos problemas que echarán raíces y año tras año volverán más fuertes.

No te sientas mal si alguien no te felicita, porque eso no demuestra ni un 0,0001% de la amistad que tiene hacia ti ese alguien. Tampoco te mates por felicitar a todo el mundo, porque no es bueno para ti mismo, ya que creas una obligación que se repetirá anualmente y que no servirá, salvo, repito, para las verdaderas amistades.

Piensa que el año nuevo lo único que marca es la caída de una hoja en ese árbol que es tu vida. Te vas marchitando, a paso lento por supuesto, pero ves que se puede hacer tarde si tienes cosas que mejorar. El cambio ha de empezar en uno mismo desde el día en que surgen las malas hierbas en ese árbol. Tienes la obligación de cuidarlo, no solo por el mal efecto que puede hacer en todo un jardín lleno de árboles preciosos, sino porque cuanto más se cuida la vida de uno mismo, más bello es ese árbol, y más admirado su dueño, y más se tratará de imitar el cuidado que sobre ese árbol se haga.

Lo realmente importante es aquello que nos hace ser mejores, no lo que nos hace aparentar ser mejores. Cuidar a la familia, preocuparse por las amistades, llevar una vida sana de mente y cuerpo, y unos ideales y valores que respeten al resto y que consigan ayudarte a ser mejor y ayudar al resto, si son de utilidad. Nunca hay que olvidar que en lo que tal vez menos nos demos cuenta es donde reside la clave de un crecimiento interior enorme. 

Buenas noches, y de corazón feliz año.


Juan Lasheras